lunes, 3 de marzo de 2008

DE LA JOVEN DRAMATURGIA Y OTROS MONSTRUOS

Desde la notable irrupción del grupo de los Contemporáneos, más o menos cada veinte años surge una nueva generación de dramaturgos mexicanos. Luego críticos y estudiosos se encargan de darle corpus cronológico y de poner en su sitio las intrusiones, los excesos, los saltos en el tiempo de cada integrante hasta completar un archivo que concluya en tesis doctoral o ensayo de divulgación, es decir, aumentar la colección documental en universidades y centros de investigación.
En estos años, los encargados de la ardua tarea, más taxonómica que crítica, de ordenar la dramaturgia mexicana, no se ponen de acuerdo en cuántas generaciones de dramaturgos mexicanos van desde Novo, Villaurrutia y Gorostiza hasta los jóvenes de este nuevo siglo. Se dice que seis, otros que cinco, algunos hablan de siete.
Sucede en todo. Cada crítico, investigador o diletante, tiene su teoría, o su escuela de pensamiento, o sus preferencias temáticas, regionalistas, casuísticas.
En suma, que para entrar en el tema de la joven dramaturgia mexicana, es decir, la más reciente o novísima, mejor dicho, la de los autores que nacieron, o nacimos en los años setenta y ochenta, no tengo reparo en señalar que estaré hablando de mis amigos y de uno que otro conocido. La nueva dramaturgia mexicana es un monstruo poilicéfalo de autores jóvenes, de varias partes del país que en una media de seis o siete años han logrado situarse en el horizonte teatral nacional: premios, publicaciones, montajes, lecturas dramatizadas y colectivos teatrales, y que gracias a los sistemas de comunicación virtual, las becas del Estado, y los encuentros teatrales, se sabe con cierta facilidad quién está del otro lado de la pantalla, o del escenario: casi una veintena de autores pululando.
Algunos referentes necesarios son: el Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo, el espacio teatral La Capilla del director y productor Boris Schoemann, en la Ciudad de México, la Muestra Nacional de Joven Dramaturgia en Santiago de Querétaro, la Muestra de Dramaturgia Contemporánea en Casa del Lago, el foro La Gruta del Centro Cultural Helénico y otros encuentros en varias partes del país, que se van diversificando, creciendo e integrando nuevas voces.
De la gente que ha pisado estos territorios más de una vez vienen mis conclusiones y nombres al viento: Carlos Nohpal (DF, 1971), Conchi León (Mérida, 1972), Edgar Chías (DF, 1973), Mario Cantú (Monterrey, 1973), Jorge Kuri† (Estado de México, 1974), Rafael E. Martínez (Sonora, 1974), Alfonso Cárcamo (DF, 1974), Alejandro Román (Cuernavaca, 1975), Martín López Brie (Buenos Aires, 1975), Mariana Hartasánchez (DF, 1976), Richard Viqueira (DF, 1976), Verónica Bujeiro (DF, 1976),Luis Ayhllón (DF, 1976), Noé Morales Muñoz (DF, 1977) Luis Santillán (DF, 1977), Alberto Villarreal (DF, 1977), Denisse Zuñiga (DF, 1980), Hugo Abraham Wirth (Iztapalapa, 1981) y Alejandro Ricaño (Xalapa, 1982). A los ausentes, mis disculpas.
Sobresale la concentración del centro del país, específicamente la capital. Sin embargo, el norte cabalga aprisa para entregar sus credenciales. De la costa del Golfo de México, Xalapa se mantente como un bastión no sólo de dramaturgos, sino de teatristas en general, y el Pacífico brilla por su ausencia, con él Guadalajara y el Bajío. El Sur, condenado a las apariciones esporádicas, mantiene en Mérida su mejor porvenir.
¿Qué significa ser un autor de esta joven generación? Seamos honestos, la puerta abierta a becas (estatales, nacionales, incluso internacionales), antologías, un premio nacional de dramaturgia con límite de edad, algún montaje o lectura dramatizada al año, y un seguimiento más o menos delicado de una buena parte de la sociedad teatral nacional.
¿Es suficiente? Nadie puede saberlo, sólo el trabajo, las obras en escena e impresas darán la respuesta. Para algunos –nuestros mayores, desde luego– es excesivo el protagonismo que recientemente ha logrado este puñado de jóvenes escritores. Para otros es natural que vaya creciendo mediáticamente un grupo sin grupo y situándose en el mapa teatral. Yo creo que sucede lo mismo que con otros géneros literarios: sobresale un montón, más o menos variopinto, que va adueñándose del mote de “los jóvenes” que alguna vez tuvieron sus antecesores, hasta que logran ser ungidos con el canon de la crítica y la taxonomía. Se afianzarán, con mayor o menor suerte, en los sistemas de subvención estatal hasta que llegue el homenaje final, cuyas crónicas aparecerán en medios locales.
Hace poco un dramaturgo mexicano renombrado, expresó públicamente su desprecio para con este grupo de autores noveles. Se lamentaba la falta de humildad de algunos de sus integrantes, y adjetivaba, como era de esperarse a favor de su generación. Es normal que los autores más aventajados en años sientan amenazado su feudo –sobre todo en un teatro como el nuestro, que depende prioritariamente del Estado– y acudan a la vulgar descalificación.
Con frecuencia se acusa a los jóvenes dramaturgos de haber “padecido menos miserias” que las generaciones anteriores. Seguramente es cierto, sin embargo ¿quién puede culpar a un profesional menor de treinta cinco años por cobrar una beca, o derechos de autor de su obra, o por enviar su texto a un concurso? Nadie se ha hecho millonario siendo un joven dramaturgo mexicano. El dinero que se recibe apenas alcanza para comprar un paquete de condones y pagar un par de borracheras. En el fondo, el principal problema de la crítica especializada y de muchos autores connotados del teatro mexicano es que se fijen en minucias en lugar de verificar la calidad de los textos y oponer prejuicios generacionales. Además, para nadie es un secreteo que en nuestro teatro existe un exceso de demanda y pobre oferta de trabajo para un dramaturgo (tenga la edad que tenga). No hay profesionalización, los espacios escénicos se pelean como en guerra, y la descentralización es sueño incumplido. Es decir, miserias hay para todos.

Enrique Olmos de Ita
México, Hidalgo (Crítico)

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